terça-feira, 8 de janeiro de 2019

El último beso





 - Cariño, ¿dónde estás? Me voy a trabajar, quiero mi beso. Alejandro anunció a la puerta de la sala de estar ya entreabierta.

- ¿Ahora?  Tengo yogurt por toda la boca y ya llegas tarde a una reunión importante hoy. No puedes perder tu vuelo.  Gritó Diego desde la mesa de la cocina, entretenido por las noticias de la mañana.

- Vale. ¡Hasta luego!

- Yo te quiero. Oh, ¿tienes tus llaves?

La puerta estaba cerrada a mitad de la frase. Y sí, Alejandro no toma las llaves y Diego no aprovecha la oportunidad de un beso.

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En algún momento estamos tan ocupados, que empezamos a olvidar nombres, cumpleaños, a posponer ese viaje romántico a las montañas o a visitar a la abuela que ya está fuera de tiempo en este mundo; estamos dejando para más tarde esa limpieza mayor en nuestro armario, la de deshacernos de las piezas que nunca usamos; la llamada a mamá, que ha estado esperando por siempre sólo para escuchar el sonido de nuestra voz.  Y cuando finalmente conseguimos una pausa en el horario, nos distraemos con las noticias de la mañana y el yogur.

Si no recuerdo mal, en mi infancia había un cajón con ropa para pasear exclusivamente por el parque los fines de semana.  Fue casi un crimen usar un traje de domingo el lunes y el castigo fue muy fuerte: dos días sin ver tu caricatura favorita.  Estos eran nuestros padres que nos entrenaban para pensar que mañana es más importante que ahora. Luego, con las espinillas vinieron las lujosas y costosas colonias que sólo se usaban en ocasiones importantes, y cuando la barba me llenó toda la cara vino ese gran discurso para comprar tu propia casa (ahorra cada centavo sólo para tener un lugar donde te puedas caer muerto).

La mayoría de las veces las cosas no salen como esperamos, y podríamos ser mucho más felices de lo que somos si nos desprendemos de estas fórmulas probadas y aprobadas por el departamento de personas que nacieron con todo.  Siempre habrá una excusa poco convincente para vivir mañana: soñar con un nuevo proyecto increíble, perder cinco libras la próxima semana, comenzar otro MBA, comprar una segunda casa, hacer otra gira alrededor del mundo, abrir otra compañía.  ¿Qué hacemos con nuestras vidas mientras la muerte no llega?

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Ese día, Diego esquivó un simple beso con la excusa de que Alejandro llegaría más tarde en el trabajo, que su boca estaba sucia (como si tuviera que mover el mundo para usar una servilleta) porque la noticia escupía una revelación pomposa y no podía perderse nada, porque tenía la ilusoria certeza de que más tarde su marido volvería con una espléndida novedad: el encuentro de la obra habría sido un éxito.  El tan esperado apartamento en Madrid finalmente despegaría. Eso abriría Cabernet Sauvignon comprado en un viaje a Francia y que ya estaba regalando arañas de la red. Y luego, hacer el amor hasta el atardecer.

Ese día nunca llegó.

La botella de vino nunca se abrió.

Y el apartamento del Madrid se convirtió en polvo cuando su esposo recibió una llamada para reconocer el cuerpo. Al otro lado del teléfono, una voz, casi mecánica, de una persona acostumbrada a dar las noticias cada quince minutos. Y en este lado de la escucha, un arrepentimiento que nos destroza y nos transforma en pedazos.

'Cariño, ¿dónde estás? Me voy a trabajar, quiero mi beso. '

Un arrepentimiento tan malo. La culpa de no haber tocado sus labios, ensució la maldita camisa del domingo. La pregunta interna que pudo haber hecho ese pequeño gesto de amor habría evitado el accidente. O no, ¿quién sabe?

'Ahora tengo la boca llena de yogur y tú tienes esa reunión importante hoy, ¿recuerdas? No puedes perder tu vuelo. '

Desde que el "te quiero" se convirtió en el nuevo "buenos días", hemos estado poniendo los sentimientos en modo avión.  Es la falta de conexión, la verdad, más deseo de estar juntos, más ganas de estar juntos, camas deshechas, más obscenidades susurradas en los oídos, fines de semana con palomitas de maíz tiradas en la alfombra de la sala de estar... porque nunca sabemos cuándo será el último día, el último beso, el último "Bebé, estoy llegando a casa".

'- Yo te quiero. Oh, ¿tienes tus llaves?'

Necesitamos tener más creatividad para amar en un apartamento de estudio sin sufrir esa patética tortura por la necesidad de vivir en un ático.  Entienda que no importa si alimentamos, vestimos y damos lo mejor a nuestros hijos, lo que cuenta al final es ponerlos en nuestro regazo y decirles cuánto los amamos - este es el verdadero alimento para el alma y ciertamente no hay necesidad de una prescripción antidepresiva en el futuro.

Pero Diego se despertó a tiempo. Corrió, gritando sus pulmones, y alcanzó la felicidad en el ascensor:

- Cariño, aquí está tu llave, te quiero mucho. Me haces el hombre más feliz del mundo, ¿lo sabías?  Si la reunión no va como se esperaba, está bien, estaremos bien. Siempre estaré esperando a que vuelvas porque tu sonrisa es mi oxígeno.

Alejandro sonrió con sus ojos, incapaz de expresar tal alegría. Él tocó su boca limpiando el yogurt de su cara y se despidió con un beso de esas películas de Hollywood.

Bruno De Abreu Rangel
brunorangelbrazil@hotmail.com




3 comentários:

  1. un poco trágico, pero me gustó la forma en que usted escribe.

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  2. Me gustó mucho a veces prestamos atención a pequeñeces sin ser conscientes de lo que realmente tenemos, ni darle el valor correspondiente. Se trata de vivir y disfrutar el aquí y el ahora. Un abrazo Bruno. Disfruto tus historias

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